El objeto del deseo de los miles de turistas que visitan cada año Formentera es, sin duda, la playa. Kilómetros de fina arena bañada por un agua cristalina es el reclamo y principal atractivo.
Al norte se sitúan las playas más visitadas, ideales para ver y dejarse ver: Cavall d’en Borrás, ses Illetes y Llevant, son el mejor ejemplo. Más hacia el este se encuentra es Pujols, en donde se sitúa la única playa urbana, ideal para las familias. Pero también existen lugares más recónditos a lo largo del litoral, como la playa de sa Roqueta o la de Rocabella, sin olvidar Cala en Baster y ses Platgetes, cerca de es Caló.
En la parte sur está la playa de Migjorn, que en realidad es una sucesión de calas cuyos nombres van cambiado a medida que se avanza por ella. Caló des Mort es un lugar que se ha popularizado en los últimos años. Se trata de un enclave recóndito, con casetas de pescadores entre las rocas. Pero a lo largo de Migjorn, las sorpresas son infinitas, desde es Arenals, pasando por es Valencians y hasta llegar a es Mal Pas.
Más allá, los más aventureros encontrarán un auténtico refugio de pescadores, es Torrent de s’Alga. Pero el auténtico secreto de las playas de Formentera, al margen de que el bañista busque lugares concurridos o prefiera recogerse en alguna cala inaccesible, está en el fondo del mar.
Las praderas de Posidonia oceanica, calificadas como patrimonio natural por la Unesco, garantizan la transparencia del agua, su oxigenación, la riqueza del ecosistema submarino y la fijación de la arena en las playas. La posidonia es, en definitiva, el secreto del agua de Formentera por su capacidad de generar oxígeno y ser sumidero de dióxido de carbono.
Por eso existe una ley balear que protege esta planta marina, muchas veces confundida con un alga, de las agresiones que pueda sufrir. Tras varios años de campañas de concienciación, tanto visitantes como residentes conocen ahora el valor que tiene esta planta para el medio ambiente.